En el capítulo anterior en el que os contábamos anécdotas de Lord Byron os mostrábamos su colección de vello púbico, pero lo cierto es que Lord Byron no solo sentía predilección por sus amantes. Sentía una predilección especial por los animales. Tuvo una enorme cantidad de ellos; caballos, ocas, monos, zorros, un loro, un águila, un tejón, un cuervo, un cocodrilo, cinco pavos reales, una garza, un halcón dos gallinas de guinea y una grulla egipcia, Cuando estudió en Cambridge tuvo un oso como protesta contra las normas de la universidad, que prohibían los perros en las habitaciones. Solía viajar con cinco gatos; uno de ellos, Beppo, le dio título a uno de sus poemas. Su Terranova Boatswain es probablemente su mascota más conocida; murió de rabia a los 5 años. Lord Byron le dedicó un hermoso epitafio y le hizo erigir un monumento en el panteón familiar que es mayor que el suyo propio. Pese a todo ese amor por los animales, Lady Byron no mejoró la opinión de su marido. Cuando murió, dijo que “a algunos tiranos les gustan los animales y son humanos con ellos porque éstos carecen de razón y son incapaces de condenar la maldad de sus amos”.
No era de extrañar que Lady Byron opinara así. Uno de los motivos es el más que posible incesto de Lord Byron con su hermanastra Augusta Leigh. A día de hoy, los especialistas opinan que la hija de Augusta, Medora, es, en realidad, hija también de Byron.
Lord Byron murió víctima de las prácticas médicas de la época. Tras un paseo a caballo bajo la lluvia cayó enfermo. Los doctores le aplicaron el remedio habitual: le colocaron nada menos que doce sanguijuelas en las sienes para extraer la causa de la fiebre. No contentos con eso, le dieron aceite de ricino para provocar diarreas. Le extrajeron más de dos litros de sangre… Murió en menos de veinticuatro horas.
Su deseo al morir era ser enterrado en el Rincón de los Poetas, en la abadía de Westminster, sin embargo, el Deán creyó que tenía demasiada mala fama como para reposar junto a Chaucer o Edmund Spenser. Así, lo enterraron en el panteón familiar de Hucknall Torckard. En 1938, se realizó una inspección cuyos motivos siguen sin estar claros a día de hoy. Cuarenta personas se agolparon en la cripta esperando ver su cadáver. Cuando se levantó la tapa del ataúd solo quedaban tres de aquellos cuarenta. Uno de los testigos comentó que el cuerpo estaba en perfecto estado de conservación. Excepto por el corazón y el cerebro (que habían sido extraídos en la autopsia) y el pie derecho, que estaba separado de la pierna, el cuerpo mantenía un excelente estado, a pesar de que llevaba enterrado ciento catorce años. Otro de los testigos comentó que su miembro viril estaba “anormalmente desarrollado”. La “inspección” duró veinticuatro horas. Al día siguiente sellaron la cripta. Y es que, Lord Byron tenía que seguir dando que hablar incluso después de muerto.
Por cierto, que transmitió su genialidad a través de sus genes. Su hija, Ada Augusta, cuya madre, tras la separación de Lord Byron cuando la pequeña tenía solo dos años, la instruyó en ciencias y matemáticas porque no quería que se pareciera en nada a su padre, fue una de las matemáticas más reputadas de su época. Entre otras cosas, escribió el primer lenguaje de programación, responsable directo de que hoy podáis estar leyendo este blog en vuestros ordenadores. En reconocimiento a su trabajo, en 1979 se llamó “Ada” a un lenguaje de programación.
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