En el mes de diciembre, lo normal sería hablar de Cuento de Navidad y de Charles Dickens, su creador, pero, ¡qué demonios! ¿Sabías que por estos lares tenemos cuentos de navidad además de villancicos? Sí, autores como Pérez Galdós o Blasco Ibáñez tienen su cuento de navidad. Pero no voy a hablaros de ellos, ni tan siquiera de otra grande de las letras como Emilia Pardo Bazán, que con su Instinto entra en el grupo de los elegidos. Voy a hacerlo de un autor que hunde sus raíces en el Romanticismo y que con sus Rimas y leyendas ha pasado a la posteridad de las letras.
Y es precisamente con una de sus leyendas, ‘Maese Pérez, el organista’ con la que nos introduce en una Navidad sobrenatural, al más puro estilo de Iker Jiménez, sí… ese mismo. Pero, sobre todo, en lo legendario y en nuestras costumbres. Creo que a estas alturas ya habrás adivinado que nuestro autor del mes es… Gustavo Adolfo Bécquer.
Gustavo Adolfo Bécquer: su vida. Primera etapa
Su verdadero nombre es Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, tomando el Bécquer de sus antepasados paternos, comerciantes flamencos establecidos en Sevilla desde el siglo XVI. Gustavo Adolfo Bécquer nace en Sevilla allá por el año 1836, en el seno de una familia acomodada. Él y su único hermano, Valeriano, tienen facilidad para la pintura. Du padre, José Domínguez Bécquer, era un famoso pintor costumbrista de la época. El que este falleciera cuándo Bécquer tenía cuatro años hizo que la vocación pictórica no fuera apoyada y ganásemos a uno de los escritores más famosos de nuestro país.
Con diez años ingresa en el Colegio de Humanidades de San Telmo. Tras fallecer su madre un año después, ambos hermanos van a vivir con su tía materna. En 1849, el Colegio de San Telmo es cerrado, lo que hace que Bécquer vaya a vivir con su madrina, acomodada comerciante de la época que disponía de una excelente biblioteca que despierta su interés por la lectura y, en especial, por la poesía.
Gustavo Adolfo Bécquer: su vida. Segunda etapa
Aunque vuelve a sus inicios y comienza a estudiar pintura, la frase lapidaria de su tío («Tú no serás nunca un buen pintor, sino un mal literato») marcó su destino. A pesar de eso, le anima y paga sus estudios marchando a Madrid en 1854 con el deseo de triunfar como escritor. Tras varias incursiones en el mundillo literario, del que hablaremos más tarde, sin obtener los resultados deseados, aparece por la tertulia literaria que se celebraba en el domicilio del músico José Espín. Es allí donde se enamora ciegamente de la hija de Espín, Julia, empezando a escribir como inspiración sus primeras rimas. Su destartalada vida bohemia hizo que la relación no cuajara y tras varios amores pasajeros se casa con Casta Esteban, en 1861, con la que tuvo tres hijos. Un año más tarde consigue mantenerse con lo que gana de sus obras.
Tras varios trabajos dentro del mundo literario, Bécquer cae enfermo en diciembre de 1870. Su delicado estado de salud que venía acarreando desde hace años culmina con su muerte. Unos dicen que fue a causa de la tuberculosis, otros que de sífilis o problemas de hígado. Lo único cierto es que la parca se lo llevó joven, a los 34 años.
En este enlace tenéis un excelente corto sobre su vida y obra.
Gustavo Adolfo Bécquer: su obra
El Romanticismo es un género que aparece en la primera mitad del siglo XIX como respuesta al impulso revolucionario de estos años, basándolo en la exaltación del individuo y en la libertad artística, imponiendo el sentimiento a la razón. En nuestro país, Espronceda sería el máximo representante de este movimiento, pero a partir de 1850 se reconvertiría aportando un tono más intimista y depurado. Junto a Rosalía de Castro y a nuestro autor, Gustavo Adolfo Bécquer, serían los máximos exponentes del llamado postromanticismo.
Bécquer, junto a su compañero literario Narciso Campillo, comenzó a escribir cuando se encontraba en el Colegio de San Telmo: dos novelas y múltiples poemas fueron sus primeros trabajos en este mundillo. Antes de que el colegio fuera cerrado y tuviera que marchar a Madrid para buscarse la vida, Bécquer colabora con El Trono y La Nobleza de Madrid y en las revistas sevillanas La Aurora y El Porvenir. Pasó a escribir guiones para pequeñas zarzuelas una vez se estableció en la capital con el objetivo de sobrevivir, además de ejercer de traductor de francés, trabajos de ayudante de redactor e incluso como dibujante, otra de sus pasiones. En 1857 empieza darle vueltas a Historias de los Templos de España, pensado como trilogía del que tan solo consigue publicar un tomo.
Gustavo Adolfo Bécquer: musas y últimos días
Como ya hemos comentado, en 1858 Gustavo Adolfo Bécquer conoce a Julia Espín, su primera musa. Este sería el momento en que comienza su verdadera obra y empieza a escribir sus primeras Rimas. Varios enamoramientos después y unas cuantas rimas más, consiguen que en 1860 publique Cartas literarias a una mujer, donde explica el sentido de las mismas. En una de las visitas al médico conocería a la que sería la mujer con la que, además de tener descendencia, asentaría la cabeza, dando como fruto algunas de sus obras, que ya empezaron a ser conocidas.
Una grave recaída de su enfermedad, en 1863, le obliga a retirarse junto a su hermano a las faldas del Moncayo (Zaragoza). Un año después, marchaba recuperado pero muy tocado a Sevilla con varias de sus leyendas escritas y con un periodo que, aunque breve, marcó su producción artística. Su trabajo como censor, que no le gustaba realizar, le mantuvo prácticamente hasta su muerte, ya que el mismo año de su fallecimiento fue nombrado director de La Ilustración de Madrid y apenas pudo ejercer como tal. La muerte le sorprende un 22 de diciembre de 1870, hace exactamente 150 años. Lo curioso de todo lo contado es el hecho de que fueron sus amigos de letras los que consiguieron financiación y se encargaron de publicar todas sus obras. Esto facilitó el mantenimiento de su familia y que lo posicionaran a título póstumo como el segundo autor más leído después de Cervantes y su Quijote. O, al menos, eso dicen.
Gustavo Adolfo Bécquer: lo prometido es deuda
Bien, ahora es el momento de hablaros del motivo por el cual Gustavo Adolfo Bécquer es nuestro autor del mes: su historia de Navidad. ‘Maese Pérez, el organista’ se escribe en 1861 y forma parte de sus Leyendas. En este relato, su protagonista, un anciano ciego, tiene un don excepcional; toca el órgano como los ángeles. Un año tras otro, en la misa del gallo que se celebra en Nochebuena, Maese Pérez acompaña el reparto de la hostia consagrada en la iglesia de Santa Inés de Sevilla ante la atenta mirada de los feligreses que también, año tras año, van a disfrutar de su don. Pero esa sería su última misa del gallo.
Maese Pérez fallece mientras toca acompañando el reparto de la hostia consagrada. Ante el disgusto de los feligreses, al año siguiente es sustituido por otro organista que parece tocar exactamente igual ante la sorpresa de todos. Su éxito fue tal, que al año siguiente fue invitado a tocar en la Catedral. En la vieja iglesia de Santa Inés su hija fue invitada a sustituir a su padre, mas cuando iba a subir para tocar en la misa, la música envolvió la vieja iglesia. La sorpresa fue mayúscula al ver cómo las viejas teclas de aquel órgano subían y bajaban solas. Maese Pérez nunca dejó de tocar. Así lo confirmó el obispo ante el terrible espectáculo que dio su sustituto en la Catedral.
En fin, con un estilo diferente, más de aquí, Bécquer nos traslada a las viejas leyendas de un país donde, aunque no sean siempre conocidas, abundan. Si os apetece, aquí la podéis encontrar teatralizada.
Sed buenos y leed mucho.
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