Umberto Eco nace un 5 de enero de 1932 en Alessandria (Italia) una pequeña ciudad del Piamonte que se encuentra a orillas del rio Tanaro en el seno de una modesta familia que tuvo que emigrar a un poblado más pequeño de la región cuando su padre fue llamado a filas y Alessandría se convirtió en un punto militar estratégico durante la segunda guerra mundial, intensamente bombardeado por los aliados.
Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Turín en el año 1954, se le conoce por su faceta como escritor y filósofo y, sobre todo, por ser uno de los mejores especialistas en semiótica del mundo. Curiosamente, su faceta literaria comienza como ensayista con múltiples obras publicadas que combina con su trabajo de profesor en las universidades de Turín, Florencia y Milán, y aunque ya era reconocido por los trabajos relacionados con su especialidad, la semiótica, a Umberto Eco no le sobreviene la fama hasta que en 1980 publica “El nombre de la Rosa”. Novela tardía que le da reconocimiento mundial y de la que se han vendido millones de ejemplares y que junto a “Baudolino” (2000) también ambientada en la edad media, son sus dos obras de más éxito.
Doctor Honoris Causa por múltiples universidades de todo el mundo, ha recibido numerosos premios entre los que destacaré el Premio Príncipe de Asturias en el año 2000.
Eco era un pensador e investigador incansable. Se dice que cada una de sus obras era el resultado de una búsqueda minuciosa en archivos y bibliotecas, dando como resultado lecturas complejas y de alto contenido histórico. Como curiosidad y en relación a su fama de profundo erudito, se comenta que tras la publicación de su novela “El péndulo de Foucault”, considerada como una de las mayores creaciones sobre el complot, una librería del centro de Roma colocó catorce libros que consideraba necesario leerse antes de emprender la lectura del libro.
Pese a la profundidad de sus trabajos, Eco era muy apreciado por la juventud. Quizás por su gran ironía, o tal vez porque la provocación era una de las formas más comunes en él de acercarse a ellos. Una tarde en Madrid mientras hablaba de semiótica ante un numeroso grupo de universitarios les dijo “Y ahora que he terminado, pueden hacer sus preguntas tontas”. Una joven le preguntó “¿Cómo es posible que un semiótico que tiene que hurgar en las entrañas de un texto para analizarlo, pueda acabar apreciando su belleza?” A lo que Eco rápido como el viento le contestó “¿Es que no sabe, señorita, que los ginecólogos también se enamoran?
En afán por aplicar la semiótica en todos los aspectos de su vida, Eco analizaba todo lo que le rodeaba. Era capaz de admirar y rechazar a la vez una misma cosa. Wikipedia, por ejemplo. Decía que no le parecía serio el fiarse del contenido de sus páginas, pero por otro lado reconocía acceder a ella para consultar algunos datos que según decía, sí eran de fiar y le costaba demasiado tiempo buscar a la manera tradicional en las enciclopedias.
De Twitter decía que su existencia era positiva por una parte, pues fenómenos como los de Auschwitz no habrían sido posibles porque la noticia se habría difundido viralmente. Pero por otro lado opinaba que este daba la palabra a legiones de imbéciles.
Aquí podemos ver su mente crítica en esta entrevista que se le hizo para hablar de su último publicado “Número cero” .
Desgraciadamente, el pasado 19 de febrero un cáncer que le afectaba desde hacía algún tiempo, se lo llevó a un nivel superior.
Sirva este pequeño artículo como homenaje junto con esta frase de Calderón que le gustaba utilizar.
¿Qué es la vida sino la sombra de un sueño fugaz?
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