¡Saludos, humanoides amantes de la pulpa de la celulosa! Hoy vamos a ver unos consejillos que nos pueden ser de ayuda a la hora de escribir buenos diálogos.
¡Al lío!
Para escribir buenos diálogos hay que saber dónde cortar
El primer consejo se basa en tener presente que los diálogos en las novelas ni se parecen a los diálogos reales, ni deberían imitar una conversación auténtica. Salvo contadísimas excepciones, cuando los corrijamos siempre deberemos procurar eliminar toda intervención superflua, verborrea inútil y condensar el máximo posible de información, y caracterización, en cada una de las líneas de diálogo. De ninguna manera podemos permitirnos el lujo de que las páginas de nuestra novela parezcan un partido de tenis. Y me refiero a algo en plan:
—Hola.
—¡Hola!
—¿Todo bien?
—Sí.
—Yo también.
—¿Y tú?
—Pues también bien.
Aunque muchas conversaciones reales suenan así de vacías, reproducirlas tal cual en una novela queda fatal. Insisto: debemos evitar a toda costa que la voz de nuestros personajes se sienta redundante. Un mal vicio que podemos quitarnos con facilidad es el de repetir lo que dice el personaje en su propia acotación. De esta forma, conseguiremos aligerar el diálogo, darle ritmo y acortar el número de palabras (cosa que tampoco viene mal).
Cada personaje tiene su propia voz
Personalmente, me encanta trabajar la voz de los personajes. Considero que estos son el pilar sobre el que se debería sustentar una novela y les dedico mucho trabajo. Sin embargo, entiendo que esta labor se puede llegar a hacer bola. En cualquier caso, merece la pena invertir un esfuerzo extra a la hora de escribir buenos diálogos. Y para que la voz de los personajes brille tenemos que tener en cuenta una serie de factores como, por ejemplo, qué tipo de frases usa cada uno, su nivel cultural, el acento, los temas que trama, aquellos que rehúye, modismos, etc.
El asunto de la voz tiene mucha tela y da para escribir varios artículos muy largos, os lo aseguro. Así que por aquí os dejo un enlace donde el señor Carlos trata el tema a fondo: «La voz de los personajes».
Si trabajamos bien la voz de los personajes, no solo conseguiremos escribir unos diálogos cojonudos, sino que encima podremos ahorrarnos montones de acotaciones. El objetivo es que la voz de los personajes sea tan característica, y esté tan bien definida, que los lectores sean capaces de reconocer quién dice cada línea sin necesidad de que el narrador se lo recuerde constantemente.
Pero, ¡ojo!, también hay que tener mucho cuidado con los insultos, groserías e interjecciones. Son muy fáciles de utilizar para matizar la voz de un personaje, al mismo tiempo que también son un vicio en el que podemos caer sin darnos cuenta. No todos los personajes deben tener una coletilla, insulto o maldición característica.
Para escribir buenos diálogos no hace falta el diccionario de sinónimos
Me refiero a las infinitas acotaciones de los narradores y sus millones de variantes. Todos pasamos por diferentes fases durante nuestro aprendizaje como escritores, y supongo que poner ciento y la madre de acotaciones es una de ellas. Lo siento por los amantes de los textos floridos, pero un diálogo donde los personajes hablen, manifiesten, declaren, expresen, expongan, mencionen, nombren, formulen, anuncien, enuncien, enumeren, observen, reciten, cuenten, declamen y articulen, da una sensación artificial de querer ponernos estupendos que, en la mayoría de las ocasiones, no logra embellecer el texto sino justamente todo lo contrario.
Ojo con los monólogos
Los monólogos de por sí no son muy recomendables, aunque hay personajes y situaciones en las que están más que justificados. En estos casos, lo recomendable es dividir dicho monólogo en bloques para no soltar un ladrillo de página y media (He visto engendros así en multitud de ocasiones). ¿Y cómo lo logramos? De varias maneras.
Por ejemplo, con una intervención breve de otro personaje, una acotación del narrador que matice el discurso o gracias a que el monologuista se esté moviendo por el «escenario». Todas estas soluciones son elegantes y le dan más espacio al lector para zamparse ese pedazo de tocho que le queremos endosar.
Por otro lado, otro peligro que tienen los monólogos es que a veces se alargan tanto que añaden información redundante o superflua. ¡Ojo con esto! Repetir ideas en los diálogos y ponerse pomposo suele quedar muy mal, salvo que estemos parodiando una escena rollo James Bond. En ese caso, tirad para adelante con todo.
En los buenos diálogos los personajes no son capaces de expresar lo que sienten
Los sentimientos son muy difíciles de explicar a un tercero y es un error que nuestros personajes se pongan a decir en voz alta cómo están de tristes o enfadados. Para empezar, suena raro si no es en boca de alguien que esté haciendo una confesión íntima (Lo cual debería ser un momento extraordinario de sinceridad). En definitiva, este consejo no es más que una variante del Show, don’t tell de toda la vida: el lector debería de poder deducir si un personaje está enfadado por cómo se expresa o reacciona, y no porque alguien lo diga en voz alta.
¡Lee teatro!
Esta no te la esperabas, ¿eh? Si para escribir hay que leer muchísimo más que mucho, tiene todo el sentido del mundo que el teatro sirva para mejorar nuestros diálogos. Al fin y al cabo, son obras donde el 90 % del texto es puro diálogo. Así pues, si yo fuera vosotros, le iría perdiendo el miedo al teatro y me pondría a leerlo.
Mi recomendación: Cyrano de Bergerac. Brillante.
Dicho todo esto, no me quería despedir sin soltar la tremenda obviedad de que para escribir buenos diálogos es necesario saber puntuarlos apropiadamente. Sobre este tema no voy a extenderme, pues en el blog tenemos muchos otros artículos dedicados a la ortotipografía. Así pues, ¡lo único que me queda es despedirme!
Aporread mucho el teclado. Nos vemos el mes que viene.
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