Antonio Vileya

Cómo usar la metonimia

Trucos de escritor

¿Alguna vez te has preguntado cómo usar la metonimia? Seguro que en algún momento de tu trayectoria escritural has sentido curiosidad por las figuras retóricas. Sabes que existen, y que pueden darles a tus textos vuelo literario. Sin embargo, más allá de la pura intuición, no sabes muy bien cómo manejarlas.

Figuras retóricas hay muchas, como vieron algunos de nuestros alumnos en el Curso de Estilo Literario del año pasado. Pero, sin duda, entre las más utilizadas por los hablantes en su día a día, está (con permiso de la metáfora) la metonimia. Quizás ya hayas oído hablar de ella o quizás no. De lo que estamos seguros es de que la has utilizado alguna vez.

Teoría de la metonimia: relaciones de contigüidad

Lo primero que tienes que tener claro sobre la metonimia es que sirve para sustituir un término por otro. Y que esa sustitución tiene una relación de contigüidad (cercanía, proximidad, contacto… llámalo como quieras).

Así, hay metonimias que sustituyen la causa por la consecuencia. Si sales a mediodía en verano y sin gafas de sol, probablemente en algún momento digas: «Me molesta el sol». No, el sol no te molesta, lo que te molesta realmente es la luz del sol. ¡Estás usando una metonimia!

Hay otras que sustituyen el contenido por el continente. Por eso es por lo que entiendes que, cuando alguien te dice «voy a tomar unas copas», no lo imaginas masticando cristales. Se entiende, por efecto metonímico, que lo que se bebe es lo que contienen esas copas.

Supongo que, como eres inteligente, este par de ejemplos te han ayudado a captar de qué va la metonimia. Si quieres, puedes buscar en internet los numerosos y variados tipos de metonimias que hay. No obstante, si quieres saber cómo usar la metonimia en un texto literario, aún tienes trabajo por delante. ¡Vamos a ello!

Cómo usar la metonimia: uso y ejemplo

¿Para qué puedes utilizar la metonimia en tus textos? En general, para dar rienda suelta a tu creatividad lingüística. Y, cómo no, para encontrar una forma nueva de decir las cosas. Es decir, convertirte en un autor o una autora más original. Ahora bien: ¿en qué aplicaciones concretas se materializa este objetivo tan bonito?

Como proceso en una estructura narrativa, la metonimia puede ser un recurso muy potente.

Por ejemplo, fijémonos en un tema tabú como es la muerte. Si dices que la historia de tu personaje comienza el día que se murió su tío, será un inicio llamativo, pero lo habrás contado de forma muy simple. Sin embargo, imagina que su tío, ya en el ataúd, llevaba los cordones del zapato izquierdo desamarrados. Y que ahora tu historia comienza así: «El día que mi tío no se pudo amarrar los cordones del zapato izquierdo…».

Ese sería un caso de metonimia donde un símbolo sustituye al elemento simbolizado. Y así es como una idea expresada de forma convencional se puede transformar en algo más original y personal. Fácil, ¿no? Veamos otro ejemplo, más complejo, sobre cómo usar la metonimia de una forma elegante y eficaz.

Cómo usar la metonimia: cadenas asociativas

Estamos escribiendo un cuento de terror con elementos que recuerden a los cuentos populares. La bruja ha cocinado unos sabrosos niños en su cabaña. Podríamos expresar la idea, así, tal cual la he redactado en la oración anterior. Por desgracia, coincidirás conmigo en que el segmento carece de fuerza expresiva. La lectura resulta bastante regular, no hay altibajos y tu lector bosteza, para qué engañarnos. ¿Se te ocurre cómo usar la metonimia para que el fragmento sea más original?

Voy a usar esta vez la metonimia para desarrollar cadenas asociativas que amplíen el campo textual. No te asustes, suena difícil, pero no lo es tanto. Vamos a pensar en un elemento metonímico de cada sustantivo y del verbo que aparece en la oración:

  • La bruja: vamos a dejarla tal cual, pobrecilla. Si abusamos de la misma figura retórica, podemos abrumar al lector.

  • Cocinar: elegiré como elemento metonímico el humo. Cuando se cocina, tengamos extractor o no, suele generarse una ligera humareda. Así que estamos ante una metonimia que sustituye la causa por el efecto. Y estamos en una cabaña, demonios, el humo debe salir por la chimenea, ¿no te parece?

  • Sabrosos niños: pies. Sí, los pies, parte anatómica más horripilante del cuerpo humano por excelencia. Un tipo de metonimia que sustituye el todo por la parte, lo has adivinado. Jugosos, grasientos y deliciosos piececillos de niños.

  • Cabaña: el alféizar. Una metonimia del mismo tipo que la anterior. Quizás queda muy estadounidense, pero servirá. ¿Qué cabaña de bruja que se precie no tiene un alféizar donde dejar enfriar a sus víctimas?

Cómo usar la metonimia: moldear la oración

Así que, recapitulando, tenemos una bruja, el humo, unos pies de niños y un alféizar. Así que solo queda amasar la oración hasta que quede a nuestro gusto.

A mí se me ocurre, por ejemplo, la siguiente oración: «El humo sale por la chimenea de la cabaña de la bruja y los piececitos tostados de dos niños se enfrían en el alféizar como deliciosos pastelillos de carne». Sí, ya lo sé, he hecho trampas y he añadido una comparación al final para reforzar el efecto. Pero no me digáis que el texto no os lo pedía… Además, también debes saber que el buen texto literario se nutre de múltiples figuras retóricas. ¡No solo puedes vivir de saber cómo usar la metonimia!

Seguro que se te ocurren ideas más originales que la mía para hablar del canibalismo de esta bruja tan mala. ¿Te atreves a dejarme en comentarios tu versión metonímica de «La bruja ha cocinado unos sabrosos niños en su cabaña»? ¿Quieres que el mes que viene te traiga una nueva figura retórica?

¡Te leo en comentarios!

Antonio Vileya

Antonio M. Vileya Pérez (Sevilla, 1992) es filólogo hispánico y presta servicios editoriales a entidades de diversa naturaleza. Su vocación divulgadora lo ha llevado a formar parte del comité organizador del Encuentro de Literatura Fantástica de Dos Hermanas y ser miembro activo de la asociación cultural Bibliofórum. Ha impartido cursos monográficos sobre fantasía, ciencia ficción, terror y novela negra en la Universidad de Sevilla.

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