El pasado 2 de enero se celebró el centésimo aniversario del nacimiento de Isaac Asimov. Las redes sociales y muchos medios de comunicación se volcaron en recordar sus méritos: fue un gran divulgador, uno de los grandes escritores de ciencia ficción de todos los tiempos, incansable y prolífico, con más de quinientas obras en su haber. ¿Pero radica su importancia en una lista de datos biográficos y efemérides que cualquiera puede consultar en Wikipedia? En este caso diría que no, para nada.El nombre de Isaac Asimov, y su recuerdo, suele ir casi inevitablemente unido a expresiones tipo: «me inspiró», «estudié ciencias gracias a él» o «fue mi puerta de entrada a la ciencia ficción».No era un autor de prosa exquisita ni de grandes artificios, sí lo era de grandes ideas. Y esa capacidad de transmitirlas con pinceladas sencillas y un estilo ágil fue lo que, probablemente, provocó que el gran público, por una vez, no tuviera miedo de enfrentarse a las grandes cuestiones humanas; a la ciencia, a la historia, a la lógica… en definitiva, al conocimiento.
El Isaac Asimov más desconocido
Isaac Asimov nació en la antigua Unión Soviética, pero sus padres se mudaron a Nueva York cuando el pequeño contaba con tan solo tres años de edad, de hecho, ni siquiera sabía hablar ruso. En Brooklyn, su padre regentaba una tienda de golosinas y prensa en la que de vez en cuando echaba una mano y donde tenía acceso a las revistas pulp de la época. Se dice que era un joven brillante, de hecho, ingresó en la Universidad de Columbia a los quince años, donde se graduó en bioquímica cuatro años más tarde, en 1939, año en el que además publicó su primer relato corto en el número de marzo de Amazing Stories: «A la deriva sobre Vesta». El resto es historia… y no la voy a contar en este artículo.El ideólogo de las tres leyes de la robótica y de la psicohistoria no se limitó ni conformó únicamente con escribir ciencia ficción. Tampoco con dedicarse a la divulgación científica, algo que hubiera tenido todo el sentido, dado que era profesor de Bioquímica en la Universidad de Boston. Que va, Isaac Asimov ni siquiera percibió los límites que nos imponemos la mayoría ya sea debido a nuestros gustos, nuestras circunstancias o nuestra profesión. Se podría decir que para él todo el conocimiento se encontraba al mismo nivel, independientemente de su procedencia.Se sabe que era un gran amante de la historia. Así lo atestiguan los dieciocho libros divulgativos sobre este tema que escribió entre los años sesenta y los noventa. Catorce de ellos componen la denominada Historia Universal Asimov y entre los otros cuatro se incluye, por ejemplo, una Historia y cronología del mundo (1991) que abarca desde el big banghasta el final de la Segunda Guerra Mundial.Por otro lado, tal vez muchos se sorprendan al descubrir que un racionalista y ateo como él escribiera una Guía Asimov para la Biblia en dos volúmenes —uno para el Antiguo testamento (1967) y otro para el Nuevo Testamento (1969)— en los que analiza el contexto histórico, influencias o modificaciones que pudo haber sufrido el texto sagrado a lo largo de su existencia. Existe también una Asimov’s Guide to Shakespeare (1970), e incluso versiones anotadas de Paraíso Perdido,de John Milton, o Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. ¿Y si menciono que también escribió versos —quintillas cómicas—, guías sobre sexo y novelas misterio además de tres autobiografías?
Autor completo, que no perfecto
Isaac Asimov no fue, ni mucho menos, un autor perfecto, pero sí fue un autor completo. O al menos todo lo completo que su época, sus aptitudes y sus inquietudes le permitieron ser. En eso radica su importancia, en entender, tal vez, que no hay una sola manera de describir al ser humano.Con frecuencia me pregunto qué pensaría Asimov si viviera en el presente. ¿Cómo se sentiría al comprobar que esa red global de acceso ilimitado a la información que imaginó existe? ¿Y el big data? ¿Fue su psicohistoria una predicción de este?¿Qué pensaría del camino que ha tomado la inteligencia artificial? ¿Cómo habrían evolucionado los robots positrónicos en sus historias si hubiera tenido acceso al conocimiento actual en robótica? Es posible que parte de la ciencia de su ciencia ficción ya no tenga sentido o haya quedado obsoleta —él mismo pide disculpas en una edición de 1970 del primer tomo Lucky Starr porque, dado que lo escribió en 1952, el conocimiento sobre Marte había avanzado y dejado desfasado su worldbuilding—, pero es uno de esos casos en los que da igual, porque Asimov no hablaba de ciencia en sus novelas. Cuando escribía ciencia ficción hablaba de nosotros.Sería un lujo contar en nuestros días con alguien que tuviera un conocimiento tan profundo, a tantos niveles, del mundo que nos rodea y que supiera hacerlo tan accesible para la mayoría como lo hacía él. Así que no, la importancia de Isaac Asimov no residía en su prosa ni en su imaginación ni en su persona, él era tan solo un profesor y, como tal, se limitaba a enseñar a sus alumnos —sus lectores— a descubrir quiénes eran.Firmaría ya mismo porque, tras el centenario de su nacimiento, su recuerdo siga los pasos de Andrew, aquel modelo con número de serie NDR… —«no se acordaba de las cifras […], pero si hubiera querido recordarlas habría podido hacerlo»— y se convierta, dentro de otro siglo, en el de un hombre bicentenario.
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