“Call me Ishmael” (Llamadme Ismael). Así empieza una de las novelas más famosas en lengua inglesa de la historia, “Moby Dick,” cuyo autor, Herman Melville, nos transporta al mundo de la pesca ballenera del siglo XIX en una obra llena de matices.
Moby Dick
Publicada en 1851, Melville nos cuenta las aventuras de Ismael, el narrador y protagonista de la historia, a bordo del ballenero “Pequod”, navío poblado por personajes pintorescos y llenos de fuerza, como su amigo “Queequeg”, caníbal polinesio y arponero con el que decide compartir los beneficios de la expedición, o el taciturno capitán Ahab, personaje complejo y profundo cuya sed de venganza y obsesión por dar caza al gran cachalote blanco configuran la trama principal de esta novela.
La localidad de New Bedford es el punto de partida de esta historia, ciudad que aún existe y donde un joven Melville aterriza a los 21 años para enrolarse en el ballenero “Acushnet” el 3 de Enero de 1841, regresando en octubre de 1844, no sin antes haber desertado y enrolado nuevamente en dos balleneros más hasta que una fragata de la armada le devolvió a Boston.
Melville trasladó sus experiencias como marino en lo que pretendía ser un libro sobre la pesca de la ballena, pero los estudiosos de su obra dicen que la lectura de las obras de Shakespeare en 1848 transformó de forma radical la concepción de lo escrito para convertir a Moby Dick en una obra profunda e inmortal, haciéndola oscilar como un péndulo entre el asombro del narrador Ismael y la monomanía del capitán Ahab, cuyo afán de venganza es el motor de la trama que Melville aderezada de forma inteligente con nociones de zoología, filosofía e historia de las religiones mediante los diálogos y narraciones detalladas de sus variopintos personajes.
Melville no solo aportó sus propias experiencias en la novela, si no que tomó como referencia la historia real que circulaba sobre el ballenero Essex, hundido por un cachalote y contada por dos de los ocho supervivientes de aquel desastre rescatados 91 días después, así como la leyenda del cachalote albino “Mocha Dick”, que escapó innumerables veces de sus captores y de la que se dice arremetía contra las naves que intentaban darle caza.
Moby Dick y el capitán Ahab
Al margen de los variados personajes que aparecen en la novela y de su narrador Ismael, los verdaderos protagonistas son, sin duda, Moby Dick y Ahab.
A Ahab, algunos académicos lo identifican con el capitán del Acushnet “Valentine Pease”, primer ballenero en el que Melville se enroló y del cual desertó. Pero no hay que dejar de reconocer que las connotaciones de rey bíblico, así como de Lear o Macbeth, están ahí. Taciturno, profundo, reflexivo y con un marcado espíritu de venganza que lo llevará hasta la muerte a él y al resto de la tripulación, en un final apoteósico y digno de cualquiera de las obras de Shakespeare. Salvo Ismael, que observará cómo el demonio blanco arrastra al resto de sus compañeros a las profundidades.
En cuanto a Moby Dick, llamada erróneamente ballena blanca, era en realidad un cachalote albino, animal de mandíbula estrecha con dientes del tamaño de una mano, buscado por su gran cantidad de “blanco de ballena”, líquido utilizado para elaborar las mejores velas del mundo, sin humo y sin goteos, y que según cuentan, y como hemos dicho unas líneas más arriba, existió para mal mayor de aquellos que intentaron cazarlo.
Moby Dick y el cine
Como toda novela que se precie, esta también fue llevada al cine en varias y múltiples ocasiones. La primera en 1926, muda y en blanco y negro, y la última en 2013 dirigida por Ron Howard.
Pero ya sabéis que yo soy un amante de los clásicos y como tal me quedo con la versión de 1956 dirigida por John Houston y magníficamente interpretada por un grandioso Gregory Peck al que aún me parece oír pasear por cubierta haciendo sonar su pierna de diente de cachalote.
Como dato curioso, he de reconocer que me llama la atención una adaptación del 2011 titulada “En tiempo de dragones”, protagonizada por Danny Glover en el papel de Ahab, donde el Pequod es un barco con ruedas y Moby Dick es sustituido por un mítico dragón. Su escaso presupuesto lo dice todo, pero su adaptación al género fantástico picó mi curiosidad y reconozco que se dejó ver.
Y hasta aquí, el libro de este mes. Espero que, si no lo habéis leído ya, estas líneas os sirvan como reclamo para ello.
Sed buenos, lectores.
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