Ya sabemos de la importancia de disponer de un buen antagonista en nuestras novelas. Pero, ¿existen diferentes versiones, diferentes modelos que podamos utilizar para dotar de variedad a nuestras historias? La respuesta es sí.
Si primero te gustaría saber exactamente de qué estamos hablando, toma el pasadizo de la izquierda y pincha en el siguiente enlace: Cómo crear un buen antagonista. Si por el contrario necesitas un rival que ataque desde las sombras, abre la trampilla que desciende al sótano y haz clic aquí: El antagonista que ataca desde la retaguardia. Para cruzar a solas el pasillo de las personalidades de los malos, continúa leyendo (y réstate tres puntos de vida).
Antagonistas faltos de moral
En la literatura clásica fantástica hemos encontrado personajes perversos que se dedicaban a hacer el mal por el mal. Seres oscuros y abyectos, sin otro fin que el de extender el caos y la maldad. Es el malo más común y más básico, y generalmente no será difícil que el lector rechace su comportamiento, pues sus valores son generalmente opuestos a la moral de la sociedad imperante. Vamos a ver algunos de ellos:
El antagonista embustero
¿Qué podéis decirme de Anso? Un noble engreído, siempre fingiendo ser una mosquita muerta. Y, sin embargo, es el causante de algunas situaciones muy desagradables durante la estancia de Kvothe en la Universidad. Otro ejemplo que se me viene a la cabeza es el desvalido Grima. En ambos casos, se trata de antagonistas que han desplegado ante los ojos de los demás un velo de mentiras, trabajando en la sombra para conseguir un objetivo mayor y más perverso.
Briconsejo escritoril: Puede que sea buena idea no desvelar el motivo por el que tus antagonistas amorales hacen lo que hacen. Sopesa muy bien si quieres explicarle al lector el por qué de los actos de tu malo, porque a veces una explicación nada convincente genera un anticlímax poco deseable en los finales.
El asesino
Algunas novelas de terror cuentan con el punto de vista del antagonista, e incluso podemos entrar en su cabeza para diseccionar el flujo de pensamientos que sigue el personaje. El asesino (y derivados) son un antagonista que produce un rechazo inmediato, así que recomiendo que los utilices con moderación y sabiendo exactamente medir la cantidad de asco y pavor que quieres transmitir a tu lector.
El caído en desgracia
A veces, los personajes buenos se ven expuestos a situaciones cada vez más complicadas. Sometidas a presión, las personas buenas son somos capaces de cometer actos viles. Y, a veces, una vez que se cruza determinada frontera, ya no se puede volver atrás. Haz que tu personaje tenga remordimientos de conciencia y que, en su huida hacia delante, termine convirtiéndose en algo desgraciado, completamente opuesto a lo que él pretendió en su momento.
Briconsejo escritoril: Si quieres una ayudita extra a la hora de forjar la trama de estos personajes, abre la ventana que se ha aparecido en el muro que tienes justo enfrente y pincha aquí: Arcos de transformación negativos.
Antagonistas con escrúpulos
Hasta el momento, todos los antagonistas citados hasta ahora se caracterizan por una ausencia casi total de moral. ¿Por qué mataba Sauron? No se sabe. Ahí reside el principal problema en la literatura más contemporánea: nos hemos cansado de señores oscuros. Ahora necesitamos que el lector sea capaz de entender a los antagonistas, que pueda considerarlos personas de carne y hueso (añádase aquí la anatomía alienígena que se desee) que están más o menos confundidas en su realidad.
Veamos ahora este otro tipo de malvados más elaborados, dotados de muchas más capas, que funcionan mucho mejor en la actualidad.
El justiciero
Asociado normalmente en arcos narrativos en los que la venganza es el lema que mueve la trama, podemos encontrar aquí personajes cuyo conflicto es vengar una ofensa o una muerte en su familia. Aunque, a veces, esa revancha se convierta en una cruzada personal que termine por sembrar mucho más odio. La mejor venganza, de Abercrombie, es un ejemplo más que obvio.
El fanático
Un personaje de férreas convicciones, equivocadas o no, puede dar mucho juego en tus novelas. El ejemplo más recurrente lo suelen encarnar antagonistas de la clase alta, nobles y personajes del alto clero, a los que no les tiembla el pulso para imponer su dogma o su forma de pensar a los más débiles. Si has leído Elantris, de un tal Brandon Sanderson, enseguida identificarás el fanático en uno de los narradores principales. Y si has leído La Siembra de Plata, en mi novela el antagonista es un regente que dirige con puño de hierro la ciudad de Caburh, creyendo firmemente que sus decisiones son óptimas para mejorar la vida de sus súbditos.
En cualquier caso, si consigues transmitir a tus lectores que la toma de decisiones que este rol proviene de la fuerza interna de su dogma, harás que la lucha entre el protagonista y el antagonista se eleve a cotas más altas. Y el lector estará encantado.
Antagonista a la fuerza
¿Puedes llevar a tu personaje a una situación límite de la que solo puede escapar cometiendo una fechoría? A partir de entonces, un oscuro secreto lo perseguirá por todas y cada una de las escenas, y comenzará una huida hacia adelante de resultados más que inciertos. De este estilo, uno de los antagonistas más aclamados de los últimos años es Walter White, de Breaking Bad.
Briconsejo escritoril: Para este tipo de antagonistas armados de buenas razones para hacer lo que hacen funciona muy bien el hecho de poder escuchar sus pensamientos. Elige para ellos como narrador, siempre que puedas, la primera persona.
Me despido por ahora, no sin antes agradecerte que, como siempre, hayas llegado hasta aquí. Si he conseguido sembrar en tu cabeza alguna idea chula y quieres ponerte a trabajar en un nuevo antagonista terrible, házmelo saber, que me pone muy contento. Y os recomiendo que no le perdáis la pista al curso sobre creación de personajes que oferta Caja de Letras (@CajaDLetras).
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