Los compositores de finales del siglo XVIII y principios del XIX bebieron del exotismo romantizado que rondaba la ópera. Inyectaron en sus muy occidentales sinfonías pequeñas secuencias que exudaban delirio por lo oriental. Estas marchas alla turca —por hermosas que sean por sí mismas— son un elemento extraño dentro del conjunto de la obra. Si tal interludio es bienvenido o no dependerá de cómo nos hayamos levantado por la mañana y de cuanto contexto tengamos. Esta es la circunstancia que nos presenta la lectura de Tom Sawyer en el extranjero (1894) casi 130 años después de su publicación.
La premisa es sencilla: Tom Sawyer y sus amigos Huckleberry y Jim acaban por accidente en un globo aerostático que se los lleva de su St. Petersburg natal a tierras más allá del Atlántico. Sin embargo, el viajero Mark Twain (1835-1910) no nos trae el recorrido realista que cabría esperar dadas las dos novelas que anteriormente habían protagonizado estos personajes —Las aventuras de Tom Sawyer (1876) y Las aventuras de Huckleberry Finn (1884)—, sino que, como a los propios críos, nos lanza a una fantasía romántica que es a la vez exploración y parodia.
La exploración
En sus breves páginas, Tom Sawyer en el extranjero deja atrás el río Mississippi —y el retrato palpitante de sus habitantes— para visitar un Sahara sacado de Las mil y una noches que los protagonistas examinan desde la fugacidad, distancia y comodidad que les da su globo —tan impersonal como un crucero de tres días por Grecia; tan frenético como observar un acuario—. Sin embargo, poco importa el paisaje que sobrevolamos. Apenas dedicamos unos minutos a asomarnos a las arenas del desierto. Hemos venido a escuchar a Tom.
Niño temerario, imaginativo y supersticioso —según nos venía contando su autor hasta ahora—, adquiere aquí la personalidad de un académico poco leído y paladín de la lógica, de un tertuliano de magazine, de un cronista de opinión que trata cualquier tema que surja, desde política internacional a historia y religión. Huck y Jim —que seguimos siendo nosotros—, le escuchan desconcertados pero entretenidos, tal vez algo enfadados. Don Quijote rodeado de Sanchos. A decenas de metros de altura se desatan los más descabellados diálogos platónicos.
¿Por qué este cambio en Tom Sawyer en el extranjero? ¿Qué ha ocurrido? Cronológicamente solo han pasado dos o tres semanas desde el final de su anterior aventura. No obstante, en el mundo real habían transcurrido 10 años y muchas deudas y disgustos de por medio. Sin entrar en detalles y resumiendo demasiado: Mark Twain necesitaba el dinero.
Tras publicar algún que otro texto fallido y esbozar una historia derrotista con unos ancianos Tom y Huck que no llegó a ninguna parte, embarcó a sus dos obras maestras en un viaje transoceánico en el que, sin más, dio rienda suelta a la imaginación en un espectáculo puramente lúdico y humorístico.
La parodia
Tal vez decir que el objetivo principal de Mark Twain con Tom Sawyer en el extranjero sea vapulear a Julio Verne sea pasarse. O no. Es conocida la animadversión que el norteamericano sentía por el francés. Incluso llegó a escribir un relato en el que Verne —o, mejor dicho, un escritor francés llamado Julio Verne, ejem— mandaba a un muchacho a sufrir penurias por el mundo para luego poder escuchar sus historias, inflarlas, decorarlas y transformarlas en novelas. He aquí un pequeño fragmento de Un misterio, una muerte y un matrimonio, de Mark Twain:
«[Verne] me anunció que había equipado a la perfección el globo, y tenía el propósito de acompañarme en la siguiente expedición. Me alegré. Acariciaba la esperanza de que nos rompiéramos los dos el cuello. Monsieur Verne cargó en el globo su bolsa de viaje, su abrigo de piel y el resto de su elegante vestuario, junto con abundantes provisiones e instrumentos científicos. En el momento en que partíamos, puso en mis manos su tergiversación de mi último viaje, un libro titulado La isla misteriosa. Lo hojeé, y aquello fue la gota que colmó el vaso. El aguante de la naturaleza humana tiene un límite. Tiré a monsieur Verne del globo. Debió de caer desde una altura de cien pies. Confío en que encontrase la muerte, pero no tengo constancia de ello».
A lo largo de Tom Sawyer en el extranjero resulta evidente la mofa constante a Cinco semanas en globo (1863). Sin embargo, va más allá, porque la exploración de la mentalidad provincial americana del siglo XIX a través de la sátira permanece intacta: conocemos las desavenencias sobre el ferrocarril de Nueva York, qué es y para qué sirve una casa de aduanas, qué sindiós hay montado en Tierra Santa —algunas cosas nunca cambian— y cualquier cosa sobre la que Twain/Tom tuviera ganas de hablar.
A donde nos lleve el viento
Mark Twain —de nuevo, viajero incansable— describió el desierto del Sahara de Tom Sawyer en el extranjero como François Antoine Bossuet pintó Sevilla o Zaragoza: sin haberlo pisado nunca. Y nos da igual, porque no vinimos para eso. Es solo que no lo sabíamos hasta que llegamos.
En lugar de darnos una novela de aventuras, nos adentramos de lleno en una ensoñación inocente, forjada a golpe de rumor, barnizada a base de suposiciones y cuentos. Porque, en esta ocasión, el mundo que vemos a través de los ojos de Tom, Huck y Jim más allá de su río no es sino una fantasía nacida de las historias que iban de boca en boca a la orilla del Mississippi hace casi siglo y medio, bajo un cielo negro de estrellas y luciérnagas. Debemos dejarnos llevar. Y, de paso, meternos con Julio Verne.
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