Gisela Baños

Cambio climático y la ciencia ficción

Géneros

El concepto de «cambio climático» no es nuevo. Ya había serias sospechas en el siglo xix de que la actividad humana podría llegar a influir en el clima global. Sin embargo, ha sido en los últimos tiempos cuando se han activado todas las alertas y cuando el asunto copa, día tras día, portadas en los medios de comunicación. Los científicos nos llevan advirtiendo al respecto —al menos—  desde los años sesenta del pasado siglo, pero ¿y los escritores de ciencia ficción? ¿Trataron la cuestión del clima como eje central de sus historias? La respuesta es que sí, por supuesto, y de formas muy diferentes.

Climate fiction o ficción climática

La ciencia ficción ha otorgado protagonismo al cambio climático en tantas ocasiones, que podría decirse que todo lo relacionado con el ambientalismo ha dado lugar a un género con entidad propia: la ficción climática. En forma de advertencia o como ejercicio de proyección, el acercamiento de la ciencia ficción a la cuestión del clima se ha realizado desde innumerables ángulos. Aunque se podría pensar que los temas asociados a este tipo de historias tienen habitualmente un tinte pesimista o apocalíptico —pensemos en el ámbito audiovisual: El día de mañana (2004),  Somos el diluvio (2016), 2307: Winter’s Dream (2016), Geotormenta (2017)…— nada más lejos de la realidad.La ciencia ficción climática también habla de naturalezas desconocidas —Stanislaw Lem, Solaris (1961)—, de relaciones simbióticas y colaboración interespecies —Amy Thomson, The Color of Distance (1995); Emilio Bueso, trilogía de los ojos bizcos del sol (2017-)—, de la estrecha relación entre el entorno y las especies sintientes —Ursula K. Le Guin, La mano izquierda de la oscuridad (1969)— o de la posibilidad del control del clima y la terraformación de otros planetas —  Kim Stanley Robinson, trilogía marciana (1992-1996)—. Las posibilidades abarcan, desde luego, algo más que catástrofes.Una vez más, fue Julio Verne uno de los primeros en aventurarse en estos territorios en El secreto de Maston (1889, también conocida como Sin arriba ni abajo). Aunque en el caso de Verne, el cambio climático que se plantea no es debido a la acción humana, sino a una modificación de la orientación del eje terrestre. Llegarían mucho después las obras de George R. Steward (La Tierra permanece, 1949), Arthur C. Clarke (Las arenas de Marte, 1951) y Walter Miller Jr. (Cántico a san Leibowitz, 1959) aportando visiones más modernas y actualizadas de la relación entre el ser humano y el medioambiente.Desde la dependencia unidireccional de los seres humanos con la naturaleza para su supervivencia y la necesidad de su adaptación a esta, como es el caso de la novela de Steward; hasta el posicionamiento de Miller del lado de esa misma naturaleza tras los estragos de una guerra nuclear. No obstante, como si sucede en otros casos, en ambas obras, posapocalípticas, esta cuestión no ocupa el eje central de la trama.

El cambio climático ya está aquí

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A medida que el cambio climático ha supuesto una amenaza cada vez más palpable para nuestra sociedad, ha crecido el número obras que se han aproximado a esta cuestión y, a partir de los años sesenta y hasta la actualidad, los ejemplos se multiplican casi de forma exponencial. Es el caso de El mundo sumergido (1962) y El mundo de cristal (1966), de J. G Ballard; Ecotopía (1975), de Ernest Callenbach; la saga Elysium (1986-2000), de Joan Slonczewski; Heat (1977), de Arthur Herzog; Nature’s End (1987) de Whitley Strieber y James Kunetka; Las torres del olvido (1989), de George Turner; Hierba (1989), de Sheri S. Tepper; Hacia el Bosque, de Jean Hegland; la saga de Wess’har Wars (2004-2007), de Karen Traviss; Estado de miedo (2004), de Michael Crichton; la trilogía de Science in the Capital (2004-2007), de Kim Stanley Robinson; La carretera, de Cormac McCarthy; El año del diluvio (2009), de Margaret Atwood; Solar (2010), de Ian McEwan, o el reciente ganador del premio Pulitzer El clamor de los bosques (2019), de Richard Powers.Los ejemplos son tan numerosos (he aportado tan solo un puñado), que es inevitable plantearse el motivo del auge de la ficción climática, y no solo de la ficción. La tradición se remonta a los trabajos de James Lovelock —Gaia: A New Look at Life on Earth (1979)— o Lynn Margulis —Planeta simbiótico (1998)—, también obras a medio camino entre el ensayo y la ficción, como El mundo sin nosotros (2007), de Alan Weisman, se han convertido en un referente. El clima nos interesa, nos preocupa. Se refleja en muchas parcelas de nuestra vida, en la ciencia, la tecnología e, inevitablemente, en la literatura y las artes audiovisuales —siempre defenderé que no existe una línea que separe lo científico de lo humanista—.No obstante, podríamos poner más que en entredicho las acciones que los gobiernos están llevando a cabo para revertir los efectos de una catástrofe que, a medida que pasa el tiempo y no se hace nada, se antoja inevitable. Aunque nadie escuche dentro de esta sociedad low-cost de lo inmediato, lo superficial y lo individual, son numerosas las voces que nos están advirtiendo de las consecuencias de nuestra inacción, imaginando soluciones y soñando con que la inteligencia prevalecerá sobre la codicia. Y es que, queramos verlo o no, la humanidad depende de la supervivencia de la naturaleza para poder continuar, pero la naturaleza continuará con o sin nosotros.

Gisela Baños

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