En 1983, un autor casi desconocido en la actualidad, Bruce Bethke, publicó un relato en el número de noviembre de Amazing Stories titulado «Cyberpunk». Sin saberlo, había acuñado el término que con posterioridad utilizaría el editor de Isaac Asimov’s Science Fiction Magazine Gardner Dozois para describir cierta corriente literaria de la época y que daría nombre a uno de los subgéneros más característicos de la ciencia ficción. El prefijo cíber- hace referencia al adjetivo «cibernético», a las tecnologías de la información y la comunicación. Mientras que -punk nos retrotrae la contracultura del mismo nombre joven, urbana, agresiva y transgresora— de los años setenta del pasado siglo. De ahí sale el ciberpunk.Hubo que esperar, no obstante, a la publicación de Neuromante (1984) de William Gibson para que las características de este subgénero terminaran de definirse y esperar algunos años más para que el término «ciberpunk» se popularizara definitivamente.Como explica Peter Nicholls en The Encyclopedia of Science Fiction (1995), bajo la parte «cibernética» del ciberpunk, se cobijan futuros cuyas sociedades a nivel global están controladas por redes de información, en las que las naciones han sido sustituidas por bloques industriales y políticos universales. También hace referencia al mejoramiento humano tanto a través de prótesis e implantes electromecánicos como biónicos; a la transformación del cuerpo y la mente a través de sustancias químicas o bioingeniería. El «punk», por su parte, manifiesta, en diferentes grados, una profunda desilusión por un mundo que, por lo general, ha dejado a los personajes de estas historias abandonados a su suerte, y también evidencia un grado de ruptura radical con la cultura y la estética dominantes en la época en la que surge.Sí, pensemos en Blade Runner (Ridley Scott, 1982), eso es el ciberpunk.
Autores de la era de la información
Se acepta que Neuromante fue el nodo principal desde el que se ramificarían el resto de obras ciberpunk, aunque lo cierto es que con anterioridad algunos autores ya habían dado algunas pinceladas de aquello en lo que llegaría a convertirse. Limbo (1952), de Bernard Wolfe; Las estrellas, mi destino (1957), de Alfred Bester; «The Girl who Was Plugged In» (1973), de James Tiptree Jr. o True Names, de Vernor Vinge (1981) podrían considerarse precursoras de este subgénero.Entre sus máximos exponentes, no obstante, además del propio Gibson, se encuentran Bruce Sterling, que compiló la antología más representativa de este género, Mirrorshades: The Cyberpunk Anthology (1986) o Pat Cadigan, autora de Mindplayers (1987), a los que se suman otros autores como Rudy Rucker —cuya obra puede leerse de forma legal y en abierto en su web—, Lewis Shiner o John Shirley.Pero ¿qué querían contar esas historias? ¿En qué contexto surgieron? John Clute dijo que «El ciberpunk no domesticó al futuro; trató al futuro como un dios» y es que se trataba de un género que, por primera vez en la ciencia ficción, se vio engullido por su propio presente. Los escritores de ciberpunk, no tuvieron la oportunidad de anticiparse a nada. Por el contrario, necesitaron ponerse al día para escribir acerca de una sociedad que, se dieron cuenta, ya existía: la de la información.
El presente es ciberpunk
A diferencia de la New Wave de los años sesenta y setenta, no está claro que el ciberpunk se sostuviera sobre argumentos ideológicos ni políticos. Aun así, se transformó en todo un movimiento del que, curiosamente, muchos de sus autores principales renegaron.Bajo un barniz eminentemente tecnológico, el ciberpunk trata temas profundamente humanos bajo cierta sombra de pesimismo y desesperanza. Tal vez de advertencia.Aunque Neuromante estableció las principales características del ciberpunk, no trataba ninguna cuestión tecnológica —de hecho, William Gibson no muestra tener grandes nociones de informática en sus páginas— sino que era una metáfora acerca de la impotencia del ser humano ante un juego amañado cuyos ganadores ya se han decidido de antemano. Una impotencia que tal vez esté más presente que nunca en nuestra sociedad y, en especial, en generaciones como la milenial.Pat Cadigan, por su parte, se centraba en la problemática que podría surgir de las interfaces humano-máquina, como en Synners (1991). Un enfoque que hoy, en tiempos de Neuralink, empresa fundada por Elon Musk que busca desarrollar interfaces cerebro-ordenador, sería muy interesante recuperar.Curioso, y mucho más desconocido, podría ser el caso de los temas que trata Candas Jane Dorsey. Esta autora ya reflexionó en los años ochenta sobre un tema de bastante actualidad como son las relaciones sexuales entre seres humanos y máquinas en Machine Sex and Other Stories (1988).Se dijo en los noventa que el ciberpunk había muerto. Tal vez como género literario, pero como realidad diría que está más vivo que nunca.
0 comentarios